El cuento de la princesa Kaguya


Ella también nació de una caña de bambú, sin madre, sin padre, sin alma. 

El cuento de la princesa Kaguya, Isao Takahata, 2013

Respira con dificultad.
Intenta introducir en sus pulmones todo el aire de la sala, pero hay algún problema.
Sin estar segura de dónde está el fallo investiga su anatomía. Nerviosa; ¿tal vez sea su nariz? Sus fosas nasales parecen cerradas, obstruidas, consumidas; ¿puede que sea su garganta? Seca como el desierto,dolorosa en pena espera que una gota de agua la salve de una muerte segura; ¡oh dios!, probablemente es su corazón que se ha enfriado de más ¿Late? Se agarra el pecho mustio, y ahí está, esa muda letanía que la ha acompañado durante los últimos treinta y tres años.
No abre los ojos. Los mantiene cerrados en una suave oscuridad, sus pestañas entrelazadas en el erotismo húmedo de las lágrimas, las arrugas en su frente dormidas.
Mantiene las piernas firmes, pegadas al suelo, los músculos pequeños y tensos. Los puños cerrados a los costados del cuerpo, los dedos de los pies encogidos en unos zapatos demasiado grandes.

Una música terrible e infantil la saca del agujero. Abre los ojos con no poca dificultad. Las imágenes que se dibujaban en su retina eran suaves y agradables y tiene miedo a olvidarlas. Pero una mágia simple  se proyecta en la pantalla y ella consigue aflojar los puños y liberar los pulgares. Se relaja, sonríe, estira los dedos de los pies y se acurruca un poco en la butaca. Está sola. Lo sabe. Lo saben todos. Está sola para siempre. Sonríe con más fuerza y se siente algo trastornada.

Ve florecer una princesa en una caña de bambú y piensa en algo que más tarde no recordará. Se deja mecer por  los ingenuos trazos que adoptan vida ante sus ojos, comparte la dicha de la pareja de ancianos campesinos y frunce el seño para expresar que desaprueba la actitud del padre.

Es una princesa, pero ella no quiere serlo. Kaguya no quiere ser una princesa y la mujer de carne y hueso hecha un ovillo en la butaca tampoco lo quiso, lo quiere ni lo querrá.
No está muy segura de si lo que ve le gusta o no, se enfada por momentos, bosteza, sonríe encantada, se retuerce en el asiento, estruja sus manos, llora solo ella en la sala, tiene ganas de gritar, dormir, morir, cantar...
El cuento pasa de lo bucólico a lo tradicionalmente machista, del encanto del empoderamiento a la muestra de una soez superficialidad, de la libertad a la dependencia, del aire fresco al agua estancada, de lo natural y lo armonioso a lo urbano y violento. Kaguya, como la mujer, quiere volar libre, pero las alas que desea no nacen en su espalda, no son parte de sus huesos ni de su carne. La única forma que tiene Kaguya de surcar el cielo es recordando un amor lejano y verdadero, un amor infantil, puramente idealizado y deliciosamente imaginado. Y Kaguya, como ella, pierde su vida y su persona esperando algo que no llega porque simplemente, no existe.

La mujer tiembla inquieta.
Ella también nació de una caña de bambú, sin madre, sin padre, sin alma.
A ella también le pusieron no uno, sino muchos nombres, a ella también la vistieron de seda y le dijeron qué tenía que hacer.
Ella también desobedeció.
De ella se olvidaron y por ella se obsesionaron.
Y ella también volará lejos y perderá todos y cada uno de sus recuerdos por el camino. 

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