Victoria

...y la VICTORIA, desolada, se apagó poco a poco... 

Joel Peter- Witkin


     Cuando salía aquella fría y abigarrada mañana de su portal un garabato exagerado de piernas, brazos y lenguas húmedas se tragó lo que de mi quedaba. 
     Cerré los ojos e intenté que la visión de tanta historia muerta no me hiciera daño, pero la dulce letanía del recuerdo entró por mis oídos como el ensangrentado río entra en un tupido bosque olvidado.
Limpia. Así me sentí: limpia. Y llena. 
Floté entre algas modernas y mendigantes medusas. 
Saludé a mi vecina, gitana de ojos negros y pelo tintado de amarillo, que gritó, lejana, escondida en el luto de la raza, Ay paya mía tenme cuidado con los escalones
Llovió.
Había llovido tanto durante las últimas tres semanas que la ciudad entera quedó sumergida en un lodazal y nosotros respirábamos engañando a la muerte a través de rayadas pajitas coloreadas, que vistas a los lejos emergiendo del barro parecían germinados de plástico industrial y le daban al paisaje un toque de color maravilloso.  
Todos sonreímos nerviosos cuando aquel funcionario tocó en nuestra puerta y nos apuntó con su índice amarillento de fumador empedernido.
La gitana gritó de nuevo a lo lejos, y se formaron ondas bajo el océano, nuestra casa.
Sólo murieron los perros y los canarios. El resto de animales se adaptó bien al cambio. Los insectos aprendieron a nadar con una gracia y elegancia olímpicamente envidiable; las ratas reían alegres, enseñando sus amigables fauces, ahora limpias y relucientes.
Todo eran melenas ondulantes bajo el mar, piernas elásticas y abrazos cariñosos. Me liberé de todos mis miedos, las esquinas no escondieron más secretos, las puertas ya no se cerraban para dejarnos fuera, la bienvenida herrumbre carcomió las cadenas de los presos que jugueteaban libres con los gatos y dejoó inservibles, más si cabe, la boca de los políticos.
Los niños rompieron los muros y gritaron VICTORIA.
Nunca antes se había pronunciado esa palabra en la ciudad. Alta y clara como el cielo. Y al resonar su eco en los callejones las máscaras cayeron y se vio por vez primera la orilla, y la VICTORIA, desolada, se apagó poco a poco... 
Poco después de eso, tras el derrumbe de los muros y los chillidos de los niños, después de las sonrisas disecadas y del roce de tus manos, del sonido de tu voz, del olor de tu entrepierna, después de todo eso y de muchas otras cosas las pajitas se convirtieron en lápidas negras que asomaban tímidas entre el barro, haciendo del paisaje un cementerio de historia muerta y olvidada, hundida en el océano de las mentiras; tus labios se tornaron violetas, oscuras manchas en tu inexpresivo rostro; y mi piel se pudrió de tristeza.

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